martes, 28 de febrero de 2017

domingo, 26 de febrero de 2017

jueves, 23 de febrero de 2017

Sobre Palencia

Habitada desde antiguo por los vacceos, el pueblo más culto y más adelantado en la agricultura de las tribus celtíberas. Los romanos hacen de Pallantia una de las ciudades más prósperas de la cuenca media del Duero celtibéricas.
Palencia, Calle MayorCon la invasión romana, Pallantia brilló notablemente combatiendo a los conquistadores del mundo. Durante ese periodo de dominación romana, los celtíberos vacceos combatieron  por la independencia. La ciudad sufrió dos asedios en represalia por la ayuda prestada a Numancia; rendida ésta, Palencia corrió al final la misma suerte. En el subsuelo de Palencia se han encontrado numerosos vestigios de la época romana, mosaicos, estelas, objetos de cerámica, etc.
Continuó teniendo importancia durante la época de los monarcas visigodos. En la provincia de Palencia se conservan dos de las escasísimas edificaciones visigóticas: San Juan de Baños y la cripta de la Catedral, dedicada a San Antolín; también tenemos el mayor número de necrópolis de esta época como la antigua Pisoraca en Herrera de Pisuerga.
Los árabes dejaron también sus huellas, aunque más difusas y en su paso por la península en el 711 atravesaron la provincia de sur a norte. Pronto llegaría la despoblación. El reinado de Alfonso II estuvo jalonado de enfrentamientos con los musulmanes; pobladores cristianos llegaron por entonces a las tierras norteñas palentinas; de esa repoblación surgieron las primeras aldeas y una de las más importantes es Brañosera el más antiguo fuero que se conoce fechado en el año 824.
Merece la pena destacar el reinado de Sancho el Mayor, rey de Navarra y Conde de Castilla que hizo resucitar a Palencia de sus ruinas.
A partir de entonces siguió una época de preponderancia de los obispos; Palencia fue importante sede episcopal, hecho que favorecería el auge del Camino de Santiago, que cruza la provincia de este a oeste, haciendo posible la restauración de la ciudad.
En el siglo XII se celebraron dos Concilios en 1113 y 1124 al que asisten los reyes de Castilla.

Esta capital alcanza su máximo esplendor bajo el reinado del vencedor de la Batalla de las Navas de Tolosa. Alfonso VIII instituye el primer concejo libre después de haber dado a los vecinos un Alcalde de hermandad y haber dividido la jurisdicción del Cabildo en un barrio formado a extramuros de la ciudad, el que hoy se conoce como el barrio de "la puebla".Palencia, monumento a la primera universidad
Con este monarca se produce el auge económico y también cultural; él junto con el obispo Tello Téllez de Meneses fundaron los primeros Estudios Generales de España, que pasaron a ser la primera Universidad española (1208), contando con un alumno de excepción: Domingo de Guzmán. Por diversos avatares posteriores, la Universidad desapareció de Palencia.
El Cid tuvo un solar en esta ciudad, parte del cual se dedicó a Lazareto, fundando la primera leprosería de España; en este lugar se encuentra hoy la iglesia de San Lázaro.

No podemos olvidar el heroico episodio de las mujeres palentinas contra las tropas del duque de Lancaster, cuando en el año 1388 la ciudad se encontraba desprotegida de hombres, ocupados en guerras lejos de sus tierras. Por esta hazaña el rey Don Juan I concedió a las mujeres de esta tierra licencia para usar banda de oro sobre el corpiño y lazo del mismo color en el cabello, costumbre que aún perdura en el traje regional palentino.
En la guerra de las Comunidades Palencia tomó parte en la defensa de la autonomía de los concejos,  por lo que toda esta tierra vivió terribles y sangrientos episodios.
La decadencia histórica comenzó a finales del siglo XVII, si bien durante la guerra de la Independencia la ciudad jugó un importante papel, siendo uno de sus hijos, el General Amor, uno de los héroes en la lucha contra los franceses.
En nuestros tiempos, acontecimientos de cierta trascendencia son el haberse constituido la ciudad en capital y sede para la empresa, de transformar social y económicamente la Tierra de Campos, y el indudable despegue industrial de la ciudad y comarca desde la época de los setenta

MONUMENTOS y espacios EN LA PROVINCIA QUE SON DE INTERÉS
-catedral
San Martín de Frómista
Villa Romana de La Olmeda
Santa María la Real de Aguilar de Campoo
Canal de Castilla
Camino de Santiago
Montaña palentina
LEYENDAS:
La Anjana. la bruja o hada buena de Palencia
                                                                 La Anjana.
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Se conoce como  Anjana, a la bruja o hada buena de Palencia. Viste capa blanca, trenzas rubias y sandalias de piel de comadreja. Según dicen, gasta báculo de oro con una estrella en la vuelta que alumbra de noche a los pastores y caminantes perdidos en la niebla. Dicen que vive en palacios
subterráneos donde tienen escondidos grandes tesoros... Remedia necesidades principalmente de la gente pobre.


MARTES, 16 DE SEPTIEMBRE DE 2014
El Gigante de Valle Estrecho
En Santibáñez de Resoba, en la Montaña Palentina, existe un recorrido de unos 4 km que nos adentra por el maravilloso parque natural de Fuentes Carrionas y Fuente Cobre, en el que podemos divisar la maravillosa silueta de un gigante que según nos cuenta la siguiente leyenda vivía antaño por estas tierras

La leyenda del Gigante del Valle Estrecho
""Dice el cuento que hace ya ni se sabe, un gigante vivía muy cerca de San Martín de los Herreros. Y que con él vivía una hija que sentía en su interior la inmensa desdicha de que ningún joven del entorno se atreviera a ser su amigo por miedo, claro está, al genio (malo) que se le da por supuesto a todos los gigantes de cuento. El caso es que harta de esperar un novio que no llegaba por ninguna parte, decidió partir hacia las tierras llanas que se veían del otro lado de las montañas a probar, lejos de su padre, mejor suerte. En la treta utilizó un bebedizo hecho con hierbas de la zona que sumió en un profundo sueño a su padre, y huyó.

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgFmjSgqC1U5qqAbHIEmOmrv8JLUIKF-QuYS1ON330pANrsXqbSinTrnx8uBFhcXYv6JB3TWlvK3lyL8hM2lDQhHRCxAj2KMlDjFUJYw88GDTDmDGpPjLrg_Nwk3XxA-LCi8dX3keqY0biM/s1600/pe%C3%B1a+redonda.jpgCuando el gigante despertó del sueño y vio que su hija lo había abandonado montóDecidió abandonar su casa y subir hasta lo alto de Peña Redonda (1.996 m) para contemplar desde allí aquella inmensidad de Tierra de Campos hacia la que había huido su hija. Y allí estuvo durante días y noches enteras hasta que, por fin se quedo dormido, recostado sobre las rocas de lo más alto de la sierra.

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg94vLm86Pr7MzFxIob0RvikuIIKKLlN5p4I8vnjiQ25hfuVMaNaZKng7Zt52GOjfDinxB0d7xJ1iwzCfb98RCTdYHHalEaWREvRShrdrZj5sohYNZ9wBz9-1i6SKKUm6Kia1rrOADlajPM/s1600/pe%C3%B1a+redonda1.jpg
Fotos del Blog Montañas a Esgalla.
primero en cólera y luego se puso a rebuscar de arriba abajo hasta que un caminante le informó de que su hija vivía ahora muy lejos, en compañía de un rico hacendado. Entonces, a la rabia siguió una profunda tristeza.
Después de varios días de nieblas y tormentas, cuando el sol volvió a salir, se descubrió que el gigante había crecido tanto que se había transformado en una “gigantesca” estatua de piedra recostada sobre el perfil de la sierra. La misma que ahora se ve al contemplar esa misma sierra desde los dos miradores que recorre el sendero, con la inconfundible silueta redonda y ancha de la Peña Redonda haciéndole de panza y la cabeza recostada, mirando al cielo, un poco más hacia la derecha -si bien es verdad que aún hoy todavía hay quien discute en qué parte de la sierra están los pies, la cabeza y la panza-.""

LEYENDA DEL CRISTO DEL OTERO
Pocos palentinos saben que hace 830 años hubo otro Cristo
Rafael del Campo / Palencia
Muchas son las leyendas que han permanecido constantemente vivas y sin acusar el paso del tiempo. Por el contrario, otras se durmieron en el transcurso de los siglos y quedaron sepultadas en la noche oscura del olvido, cual le sucediera al arpa becqueriana, tan cubierta de polvo, ella.
Pocos palentinos de hoy ignoran que su capital se denominase Pallantia en la época romana. Muchos son, también, los palentinos, y no palentinos, que saben que la primera Universidad de España estuvo ubicada en Palencia, y su creador fue el rey de Castilla Alfonso VIII en el año 1208. Miles son los palentinos que han subido al cerro del Otero para, desde tan privilegiada atalaya observar una amplísima panorámica, geométricamente perfecta de la paramera castellana, mientras la pétrea y gigantesca mole del Cristo -obra del insigne escultor Victorio Macho- parece bendecir a unos y otros.
Sin embargo, ¿cuántos palentinos saben que en su capital y provincia hubo ya -de esto hace ochocientos treinta años- otro Cristo del Otero? ... Se trataba de una estatua mayor que la actual, pero no de granito, y erigida en el otro cerro -muy próximos entre sí-, aunque algo más alto que donde se encuentra el Cristo actual, y un poco más alejado de la capital palentina, Ambos promontorios vienen a constituir dos caprichos surgidos de la corteza terrestre en etapas geológicas muy pretéritas. Pero vayamos por partes y retrocedamos ocho siglos, concretamente al año 1171, en que naciera Doña Berenguela, reina de Castilla, e hija del rey castellano Alfonso VIII, gran impulsor de la cultura, y a quien -como ha quedado dicho- Palencia debe la primera Universidad en España. Puede afirmarse, por lo tanto, que Doña Berenguela y su padre siempre estuvieron muy unidos a Palencia, -por aquel entonces todavía Pallantia, profesándola, ambos, gran estima y simpatía, hasta el punto de visitarla varias veces la reina de Castilla a lo largo de los setenta y tres años que le permitió su buena salud, lo cual, para aquella época -sin antibióticos ni retrovirales- tampoco estuvo nada mal la longevidad de Doña Berenguela.
Y había de ser, precisamente, en una de sus excursiones por la llanura palentina, cuando comenzó a tomar cuerpo el proyecto que ella albergaba: erigir una colosal estatua del Corazón de Jesús en el cerro más alto, aunque algo más alejado del casco de la ciudad. Llegado a este punto he de hacer referencia al acendrado catolicismo de Doña Berenguela, pues no en vano tuvo el honor de ser madre de Fernando III el Santo. La determinación estaba tomada: Ahora sólo restaba decidir -primero en familia, y posteriormente con los consejeros y ministros del reino de Castilla- sobre cuál habría de ser el material a emplear en la construcción de una estatua de treinta metros de altura, y cinco metros de diámetro en su base.
-¡Imposible! ¡No existe suficiente oro en el mundo para construir una estatua de tales dimensiones! ¡Y de oro macizo! -exclamó con voz potente el Condestable, oponiéndose frontalmente a tal dispendio.
-Es muy posible que no exista suficiente oro en el mundo, pero sí en el reino de Castilla, ¡mi Castilla!, arguyó con firmeza y determinación Doña Berenguela, sin dejarse amilanar por la oposición del Condestable, quien, en su calidad de jefe supremo del Ejército, y muy versado en matemáticas y aritmética, extendió sobre la amplia mesa un grueso y amarillento papiro, mojó en el tintero la pluma de ganso tiempo que iba explicando a los allí reunidos todos los datos y fórmulas de Geometría plana, Geometría analítica, y Aritmética que el caso requería.
Partiendo de los cinco metros de diámetro que iba a tener la estatua en su base, el Condestable multiplicó 3"1416 por el cuadrado del radio, obteniendo, de este modo, el área de dicha base, y que arrojó 19"63 metros cuadrados. Acto seguido, y conociendo la altura que debita tener la estatua de oro macizo (30 metros, según los deseos de Doña Berenguela), se trataba de averiguar el volumen expresado en metros cúbicos de oro necesario. El resultado que arrojó la operación aritmética (multiplicando ahora 3"1416 por el cuadrado del radio, 6"25, y esto por la altura de la imagen, 30 metros), no pudo por menos que dejar absortos y mudos de asombro a los allí reunidos, menos a Doña Berenguela, quien seguía con la mayor atención los cálculos del Condestable.
-Serán necesarios 588"9 metros cúbicos de oro; ¡nada más y nada menos!, exclamó el Condestable, deteniendo su mirada en cada uno de los presentes, y especialmente en la Reina.
-Pero es que, Majestad, pasemos a considerar otro factor importantísimo y decisivo, como es el peso específico del oro: 19 kilos por decímetro cúbico, ¡casi nada! Es preciso que todos ustedes comprendan este dato -manifestó el Condestable. al tiempo que su rostro adquiría solemne seriedad, dicho lo cual volvió a mojar la punta de la pluma en el tintero, a fin de calcular el número de decímetros cúbicos contenido en los 588"9 metros, igualmente cúbicos; para lo cual multiplicó esta última cantidad por mil, arrojando una cifra de 588. 900.
-Vean ustedes. Toda esta elevadísima cantidad de decímetros cúbicos resulta indispensable para llegar a conocer el peso exacto del monumento en oro macizo, teniendo en cuenta los 19 kilos que pesa un sólo decímetro cúbico, -tal como acabo de manifestar hace un momento.
La facilidad del Condestable manejando números, extrayendo raíces cuadradas y desarrollando fórmulas, ponía de manifiesto un profundo conocimiento sobre la materia que trataba, -cual si fuera un taumaturgo-, para finalmente, y tras cotejar algunos datos, levantar su mirada del papiro y manifestar:
-La estatua del Cristo sobre el cerro pesará once mil ciento ochenta y nueve toneladas, y todo ello en oro macizo. Ahora bien: ¿De dónde sacaremos tantísimo oro?... -terminó preguntando el Condestable.
Este último dato, ofrecido por quien se había encargado de calcular la parte teórica y técnica del proyecto, pareció dejar a todos sin capacidad de respuesta, menos a Doña Berenguela, quien mostrando una imperturbabilidad a toda prueba, respondió: -Vuelvo a repetir que en el reino de Castilla existe oro suficiente para acometer esta magna obra, y con mayor motivo si es en Pallantia.
La noticia de que en esta capital se levantaría una estatua de oro macizo, -con las dimensiones antes citadas-, fue recibida por los ciudadanos con la apoteosis digna de tal acontecimiento, y a la que se unió una febril actividad que durante dos años vivió la capital, da do que en ella se instalaron y dieron cita desde batihojas (especia listas en trabajar y batir el oro y la plata), hasta modelistas y encofradores.
Tras dos años de ímprobo esfuerzo y dedicación la grandiosa obra se mostraba enhiesta sobré la cumbre del cerro, refulgiendo como un ascua, pudiéndose divisar desde los cuatro puntos cardinales. Todo ello gracias a la luz que recibía del astro-rey, y desde el naciente al ocaso.
Las 11.189 toneladas que pesaba la áurea escultura no debía extrañar a nadie, si se tiene en cuenta el peso específico del oro, así como los treinta metros de altura de la imagen, y todo ello sobre una base circular de 19,63 metros cuadrados.
A partir de ese momento, y desde todos los lugares del reino castellano, Pallantia se convirtió en lugar de obligado peregrinaje y jubileo para poder contemplar la monumental imagen en la cima del otero reflejando, a raudales, la luz del día sobre la llanura castellana.
Mucho había sido el dinero invertido por Doña Berenguela en otorgar a Pallantia tal privilegio, y esta misma ciudad, junto con toda la comarca, se beneficiaría durante un siglo de una fuente de riqueza, -y prestigio-, procedente de los millares de visitantes que a ella acudían, y al mismo tiempo poder degustar su buen pan y su buen vino. Tanto en las amenas tertulias como en las concurridas calles, pasó a ser corriente que, el tan conocido chascarrillo: « ¡Ojo al Cristo, que es de plata!», se convirtiera, ahora «¡Ojo al Cristo, que es de oro!», poniéndose de manifiesto el sano humor de unos ciudadanos que se sabían depositarios de una maravilla. Incluso llegó a crearse un numeroso cuerpo de guardia permanente, y que, similar a la pretoriana -encargada de vigilar el palacio de los Desores en la Antigua Roma- velaba día y noche, con lanza y escudo en ristre, por la seguridad del monumento, además de tener instaladas sus tiendas de campaña en las estribaciones del promontorio, a fin de que la estatua no sufriera menoscabo alguno. Esta Unidad de Vigilancia Intensiva (la primera de que se tiene noticia), estaba compuesta por treinta fornidos y nobles pallantinos -uno por cada metro de la escultura- quienes, conscientes del compromiso contraído con la Corona de Castilla, se hubieran dejado matar antes de que nadie osara tocar con sus manos las once mil ciento ochenta y nueve toneladas de oro macizo encomendadas a su custodia. Pero si algo no podían evitar estos fieles guardianes, era la envidia de sus conciudadanos, dada que aquéllos percibían doble remuneración por su servicio; primera el asignado por la Reina castellana, y, al mismo tiempo el otorgado por el Cabildo municipal de Pallantia.
Sin embargo, ¿cuál pudo ser la causa -o causas- de que aquella espectacular escultura no haya llegado hasta nuestros días?
Mucho se ha especulado sobre la posibilidad de un robo nocturno. Pero, ¿quiénes hubieran podido llevar a cabo tal hurto, teniendo en cuenta el peso brutal de la gigantesca mole? Semejante operación hubiera requerido el concurso de auténticas atlantes. ¿Lo hubieran permitido los aguerridos y fieles guardianes?... Solamente un dato, -a modo de eslabón perdido-Ha llegado hasta nosotros: Los pallantinos de entonces, y todavía con la estatua ocupando la cima del cerro, nos han llegado este testimonio escrito en papiro y envejecido por el paso de los siglos.
Una tarde decembrina, el cielo se fue cubriendo con plúmbeas y amenazantes nubes, no tardando en desencadenarse una tormenta como jamás habían conocido los habitantes de la ciudad, y donde los horrísonos truenos,-en hermanamiento con los centelleantes relámpagos-, servían de contrapunto a las cataratas del cielo, que sin tregua alguna comenzaron a inundar la ciudad y los campos. Esta situación se prolongó durante una inacabable, terrorífica y fantasmal noche, al tiempo que un vendaval, contumaz y silbante, pugnaba por vencer a los cerrojos de recia forja, en tenaz y terca oposición. La sensación de angustia y zozobra parecía transmitirse, también, a las velas de sebo, dado que su llama, tenue y mortecina, acusaba cada trueno con un encogimiento y oscilación temblorosas, amenazando apagarse y sumir el aposento en la más lóbrega oscuridad. Los elementos de la naturaleza, -desatados y en libre albedrío-, competían entre sí, haciendo imposible el tránsito por calles y plazas, caso de que alguien hubiera tenido la suficiente presencia de ánimo, así como el alma y el corazón tan fuertes como para intentarlo. Ante esta realidad los amedrentados ciudadanos optaron por encerrarse en sus casas, asegurando estas con cerrojos y candados, al tiempo que rayos y truenos se sucedían a cortisimos intervalos, impregnándolo todo de un denso olor a azufre, mientras trozos de hielo, -del tamaño de puños-, se mezclaban con la torrencial lluvia golpeando los tejados como si se propusiera demolerlos. Los atemorizados habitantes apenas si pudieron conciliar el sueño aquella noche, y temiendo, de un momento a otro, el derrumbe de los techos sobre sus catres. Sólo la luz de un tímido y tardío amanecer -de aquel diez de diciembre del año 1344- vino a poner de manifiesto la desaparición de la monumental imagen de oro sobre el cerro.
La noticia se propagó" como si de otro relámpago se tratara, y no sólo por la capital, sino por toda Castilla: Han robado el Cristo... Era el clamor unánime y popular que se repetía por calles, plazas y mercados medievales de la antigua Pallantia. Las versiones que se escuchaban sobre lo sucedido eran de lo más diversas, y oscilaban entre el raciocinio mesurado y la disparatada e incongruente fantasía. Los charlatanes y los sacamuelas tampoco se callaban a la hora de emitir opiniones y puntos de vista, produciéndose entre éstos y su numeroso auditorio discusiones, altercados y riñas a brazo partida.
¡Pero nos hemos quedado sin el Cristo de oro que nos donó nuestra reina, Doña Barenguela -increpaba el irritado público a los improvisados oradores callejeros.
Muchos eran los dimes y diretes que comenzaran a circular por la capital y toda la comarca. Como no podía ser de otra forma, también los invidentes ofrecían sus versiones particulares y las Coplas del ciego -interpretadas por sus autores- vinieron a hacerse presentes, no resignándose a dejar pasar por alto lo que se dio en denominar el robo del Cristo. Nutridos grupos de espectadores, al aire libre seguían con la mayor atención el puntero del ciego quien, torpemente, con mano temblorosa y voz cascada trataba de explicar las diferentes fases del robo -sin excluir la terrible tormenta de la noche anterior- y, en suma, la desaparición de las once mil ciento ochenta y nueve toneladas de oro. Bien era cierto, que las monocordes coplas provocaban el asombro en algunos corrillos de estáticos oyentes, o la abierta y estentórea carcajada en otros, sobre todo, cuando el invidente de turno responsabilizaba a las brujas -cabalgando sobre escobas y acudiendo a sus aquelarres nocturnos- de la desaparición del Cristo de Doña Berenguela, tal como le denominaban otros.
Pero, ¿qué fue de los treinta guardianes, encargados de velar y vigilar la estatua de oro? Abundantes eran los rumores que comenzaron a circular por la capital y su entorno, habiendo para todos los gustos y para todos los disgustos.
Descartada le versión del robo, así como su complicado y laborioso traslado a otro lugar, -teniendo en cuenta el enorme peso de la estatua-, eran muchos quienes pensaban que la desaparición hubiera podido deberse a la más que probable fundición de las once mil ciento ochenta y nueve toneladas de oro, si se tiene en cuenta la extraordinaria cantidad de descargas eléctricas durante la larga y tormentosa noche en que sucedió el episodio, considerando que la imagen se hallaba sobre un cerro solitario en medio de la paramera, sin árboles y a considerable altura. Esta tesis fue aceptada como lógica, dado que el oro, al ser un metal muy blando, (según afirmaban los batihojas de la época), hubiera podido deshacerse, pasando a cubrir toda la cima del cerro y acabar resbalando sobre su ladera cónica, -forrando de oro una y otra.
Ante esta posibilidad fueron cientos los habitantes de la ciudad quienes, provistos de todo tipo de recipientes, así como picos y palas, se encaminaron presurosos hacia el segundo y más alejado de los cerros, esperando hallarlo cubierto de una gruesa lámina de oro. Sin embargo, y desde lejos, los improvisados buscadores de oro pudieron comprobar que la ladera del montículo ofrecía el mismo aspecto ocre y terroso de siempre, en lugar de encontrarla pulida y brillante por la acción combinada del rico metal y el tímido sol decembreno. No obstante, escalaron el cerro hasta alcanzar la cumbre, por si en ella se encontraba algún resto de lo que allí hubo. Entre el ruido de los calderos, -así como picos y palas al hombro-, todos hubieron de rendirse a le evidencia de que el Cristo de Doña Berenguela habita hecho de su presencia ausencia, y tal vez para siempre. Pallantia se había quedado, -de la noche a la mañana-, sin la espléndida maravilla que la Reina castellana dejara allí.




domingo, 19 de febrero de 2017

sábado, 18 de febrero de 2017

Discurso de graduación de Steve Jobs

discurso de graduación de Steve Jobs

Frases de motivación

"En el único sitio en el que encontrarás el éxito antes que en el trabajo, es en el diccionario"
Vidal Sassoon

"Las oportunidades pequeñas son el principio de las grandes empresas"
Demóstenes

"Un emprendedor ve oportunidad donde otros solo ven problemas"
Michael Gerber

"La mejor forma de predecir el futuro es creándolo"
Peter Druker

" ¿Sabes la diferencia entre un sueño y una meta? Tan solo una fecha"

"Tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes, estás en lo cierto"
Henry Ford